Mes: junio 2016
“Corresponsabilidad, compañero”: doce meses de Ayuntamientos del cambio
Co-rres-pon-sa-bi-li-dad, silabeado y con retintín, éste es el “meme” que hoy circula entre los de la nueva política metidos a nuevos políticos. Y como andes despistado te lo arrojan encima o por debajo, sin mayores avisos: “Corresponsabilidad, compañero, no ves que no se puede ser tan impaciente, que esto de la institución lleva su tiempo. Quizás en la próxima legislatura”. Y es que el cambio está cambiando.
Lo cierto es que esto de los nuevos ayuntamientos cada vez le interesa a menos gente. Que sí…. que tenemos alcaldesas mejores que Trías y no digamos que Esperanza Aguirre. Y que tienen mucho más “sentido y sensibilidad”. Pero, ¿podemos reivindicar, y defender en consonancia con el 15M, las principales líneas políticas de los Ayuntamientos de Madrid y Barcelona? El caso de los titiriteros, de la política de vivienda y de los límites a la remunicipalización en Madrid; la huelga de metro, la manta y la entrada del PSC en Barcelona, son simples botones de muestra de que algo va mal (incluso muy mal) en nuestros dos “laboratorios institucionales”. En lo que sigue, se plantea una discusión política en torno a tres cuestiones:
1. Gestión y política son dos cosas radicalmente distintas. Lo habréis oído infinidad de veces: “Debemos gobernar para todos”. El problema desde luego está en ¿quién es ese “todos”? ¿Son los turistas que con huelga de metro no pueden desplazarse cómodamente al Mobile World Congress o que se asustan cuando ven a un negro comerciando con baratijas? ¿Es el pequeño comercio que pierde dinero no vendiendo esas mismas baratijas? ¿Son los honestos inversores que en el Taller de Precisión de Artillería de Madrid metieron su dinero para construir unos pisitos de lujo (acordaros de la “seguridad jurídica”, lo oiremos más veces)? ¿O las grandes constructoras que, también en Madrid, van a ver confirmados todos y cada uno de los grandes contratos, sobre todos y cada uno de los principales servicios de la ciudad?
La confusión está en hacer pasar la correcta administración de los servicios públicos por el principio y el fin político de los nuevos consistorios. En teoría, pero sólo en teoría, los recursos y los presupuestos municipales deben tener una vocación de servicio público, esto es, una administración basada en los principios de equidad y universalidad. Pero se trata de pura teoría (esto es, de ideología): en cada acción de un ayuntamiento, en cada partida de un presupuesto, se anidan intereses particulares y por lo general contrarios. En otras palabras, incluso en la administración de la parte más inocente de los recursos públicos existe, ya efectiva, ya virtualmente, un conflicto.
El aspecto más decepcionante de la política de ambos ayuntamientos ha estado en mantener una imposible posición de neutralidad gestionaria, que o rehúye el conflicto, o bien lo decanta en favor de aquellos intereses considerados de menor coste político. Así por ejemplo, en el asunto de los manteros de Barcelona, hemos visto a la Guardia Urbana —causa última de la crisis y verdadero poder autónomo dentro del ayuntamiento—, protegida por este, al tiempo que se apuntaba a la manta con un curioso eufemismo, “ocupación intensiva del espacio público”.
En la misma línea, el participacionismo, tanto digital como físico, que se presenta como la joya de la corona del “cambio”, opera a partir de esa misma posición: la neutralidad de la institución frente a los intereses de la “gente”, que a través de los recursos y foros facilitados por el Ayuntamiento elegirá libremente lo que más le convenga. Poco puede sorprender que en su aplicación institucional concreta apenas veamos más queprocesos participativos de escasa calidad y/o baja “participación”. En ocasiones, como en Plaza España, las consultas tienen un simple carácter pleibiscitario o aprobatorio. Y en otras, como en los presupuestos participativos de Madrid, se convierten en una suerte de carta a los Reyes Magos. En distritos o barrios en los que no existe un espacio comunitario y deliberativo real, grupos muy pequeños organizados pueden lograr que la administración financie instalaciones o proyectos ciertamente estrambóticos.
Valga decir que nuestros nuevos políticos han asimilado demasiado pronto la ficción del Estado y de toda institución de Estado: su supuesta autonomía y separación de los conflictos que atraviesan «lo social». No hay, ni habrá «cambio» mientras no se invierta y se ataque esta ficción. La política consiste en tener y defender una posición «de parte», a favor de unos y en contra de otros, o si se prefiere, en llevar el conflicto a la escala institucional. La posición gestionaria, como bien conocen y aprovechan las oligarquías locales, implica la reproducción de las mismas relaciones de poder y desigualdad ya existentes.
2. La renuncia a la organización tiene costes. Característica, y déficit fundamental, de la fase institucional ha sido el rechazo a construir organización. Ni Ahora Madrid, ni Barcelona en Comú, ni realmente Podemos en ninguna de las grandes ciudades, cuenta con más de unos pocos cientos de activos, muchos de ellos integrados y a sueldo de la institución o de las estructuras partidarias creadas al efecto. A la contra de algunas declaraciones públicas, la situación responde a una decisión consciente. Frente a la complejidad que suponía fomentar la formación de estructuras mínimamente consistentes y autónomas, de organizar los conjuntos sociales dispuestos a una participación activa, se optó por la vía “de éxito” abierta por Podemos. Recordemos: la comunicación directa con la “gente”, o lo que es lo mismo, la confianza en que el vacío dejado por el derrumbe de los partidos convencionales resultaba suficiente en un momento en que al menos una parte del foco mediático apostaba también por la renovación institucional. “Ciudadanismo”, “participacionismo” y “pleibiscitarismo” –en forma de consultas sin debate real– son manifestación o consecuencia de esta suerte de atajo, que ha permitido soslayar el viejo problema del partido: la cuestión de la organización.
Pero lo cierto es que, al contrario de lo que pensaba Robert Michels, sin una organización democrática e inteligente, lo único a lo que se puede aspirar es a dar cuerpo a una oligarquía institucional; en nuestro caso, una clase política nueva, si bien cada vez más aislada y más absorta en la rotación alrededor de sus problemas. El rápido agotamiento del crédito político de Carmena y de buena parte de su equipo municipal, y el más lento de Ada Colau, son irreversibles. La confianza en las figuras mediáticas, sin movimiento y sin organización que controle, fiscalice e impulse su propia agenda política, está destinada a ser de consumo rápido.
En los términos de la nueva política, siempre inspirada en las enseñanzas de Barrio Sésamo, esta cuestión se ha tratado de abordar con la dicotomía dentro / fuera (recuérdese la de arriba / abajo). De una forma más intuitiva que analítica, se reivindica algo así como la autonomía del “dentro” (los equipos municipales), para que éste dirija su propia agenda institucional, al tiempo que se exige, de una forma más bien ambigua, una mutación de los movimientos. De forma harto paradójica, a éstos se les demanda movilización, pero no crítica, y nunca de una forma que realmente subordine a la agenda institucional, o ponga en cuestión la separación de la nueva clase política. La tendencia de los hechos es, no obstante, mucho más terca: los movimientos se han separado paulatinamente de la dinámica institucional, cada vez másdecepcionados con el escaso ritmo de las reformas y más aburridos con los compromisos adquiridos por los grupos municipales. Y esto no es el simple resultado de la fragilidad de los movimientos (que en algunos ámbitos no es tal) cuanto de decisiones políticas conscientes y de inercias institucionales no abordadas. La posibilidad de formar una suerte de “partido-movimiento”, también en el municipalismo y salvo algunos experimentos afortunados en ciudades medias, ha quedado atrás.
3. La eficacia del contrapoder. Caso de estar de acuerdo con esta análisis, la pregunta que cabe plantearse es ¿qué tipo de política resulta más eficaz en la situación actual? O dicho de una forma mucho más directa, ¿que es lo que todavía podemos recuperar de esta acusatio: “co-rres-pon-sa-bi-li-dad, compañero”? Conviene adelantar que la respuesta no reside en seguir manteniendo la confianza y el crédito de los actuales consistorios de Madrid y Barcelona, sino en observar las posibilidades y oportunidades de abrir de nuevo el ciclo. Ya ha pasado un año, y parece claro que la inercia institucional, los imperativos de reproducción de toda “clase política” y la acción de los poderes reales, han sido más potentes y determinantes que los códigos éticos, los procesos participativos y las buenas intenciones de los nuevos políticos. Y esto aun cuando la lista de pequeñas acciones municipales en forma de paliativos sociales y algunos experimentos algo más arriesgados nos resulte interesante.
La oportunidad no se encuentra pues en la capacidad de agencia de los ayuntamientos, sino todo lo contrario, en su fragilidad. Una de las características más evidentes de los consistorios de Madrid y Barcelona es que son sensibles: no en el sentido ético y lastimero, que nos remite a la compasión con los problemas de la “gente”, sino en el sentido político de las relaciones de fuerza. Se trata de gobiernos débiles, en minoría, susceptibles de reaccionar a la presión más mínima. Así nos lo demuestran en su propio provecho los grandes medios de comunicación, las oligarquías urbanas o el PSOE. Ahora bien, ¿se puede ejercer una presión contraria? ¿Se puede aprovechar su propia debilidad en provecho de las líneas de fuerza que animaron la formación de las candidaturas: remunicipalización, auditoría, política social, contrapoder? En Madrid, las pequeñas campañas contra algunas operaciones urbanísticas (Mahou Calderón, TPA, Cocheras), la redefinición del proyecto Castellana Norte (operación Chamartín) o la retirada del reglamento de la EMV, parecen demostrar que así es. En el caso de Barcelona, es de suponer que una reacción más contundente, amplia y decidida por parte los movimientos con el asunto de los manteros, hubiera obligado al Ayuntamiento a afrontar el verdadero origen del problema: no otro que la Guardia Urbana y su estatuto extraoficial de poder autónomo.
Ésta es la principal consecuencia positiva de casi un año de nuevos ayuntamientos: lacapacidad de ejercer contrapoder es mucho mayor con estos gobiernos que con sus precedentes. Con una legitimidad corta y prestada, y con la presión adecuada, estas instituciones pueden ser los vehículos involuntarios de las políticas para las cuales les votamos. Lo único que tenemos que hacer es dejar de considerarles como la expresión política del 15M y empezar a presionarles para que asuman el mandato prestado. Sólo así no sentiremos vergüenza, caso que haya que volverles a votar; y lo que es más importante, sólo así conseguiremos abreviar esa fase de impás que a buen seguro hemos iniciado ya.
What’s the Point If We Can’t Have Fun?
My friend June Thunderstorm and I once spent a half an hour sitting in a meadow by a mountain lake, watching an inchworm dangle from the top of a stalk of grass, twist about in every possible direction, and then leap to the next stalk and do the same thing. And so it proceeded, in a vast circle, with what must have been a vast expenditure of energy, for what seemed like absolutely no reason at all.
“All animals play,” June had once said to me. “Even ants.” She’d spent many years working as a professional gardener and had plenty of incidents like this to observe and ponder. “Look,” she said, with an air of modest triumph. “See what I mean?”
Most of us, hearing this story, would insist on proof. How do we know the worm was playing? Perhaps the invisible circles it traced in the air were really just a search for some unknown sort of prey. Or a mating ritual. Can we prove they weren’t? Even if the worm was playing, how do we know this form of play did not serve some ultimately practical purpose: exercise, or self-training for some possible future inchworm emergency?
This would be the reaction of most professional ethologists as well. Generally speaking, an analysis of animal behavior is not considered scientific unless the animal is assumed, at least tacitly, to be operating according to the same means/end calculations that one would apply to economic transactions. Under this assumption, an expenditure of energy must be directed toward some goal, whether it be obtaining food, securing territory, achieving dominance, or maximizing reproductive success—unless one can absolutely prove that it isn’t, and absolute proof in such matters is, as one might imagine, very hard to come by.
I must emphasize here that it doesn’t really matter what sort of theory of animal motivation a scientist might entertain: what she believes an animal to be thinking, whether she thinks an animal can be said to be “thinking” anything at all. I’m not saying that ethologists actually believe that animals are simply rational calculating machines. I’m simply saying that ethologists have boxed themselves into a world where to be scientific means to offer an explanation of behavior in rational terms—which in turn means describing an animal as if it were a calculating economic actor trying to maximize some sort of self-interest—whatever their theory of animal psychology, or motivation, might be.
That’s why the existence of animal play is considered something of an intellectual scandal. It’s understudied, and those who do study it are seen as mildly eccentric. As with many vaguely threatening, speculative notions, difficult-to-satisfy criteria are introduced for proving animal play exists, and even when it is acknowledged, the research more often than not cannibalizes its own insights by trying to demonstrate that play must have some long-term survival or reproductive function.
Despite all this, those who do look into the matter are invariably forced to the conclusion that play does exist across the animal universe. And exists not just among such notoriously frivolous creatures as monkeys, dolphins, or puppies, but among such unlikely species as frogs, minnows, salamanders, fiddler crabs, and yes, even ants—which not only engage in frivolous activities as individuals, but also have been observed since the nineteenth century to arrange mock-wars, apparently just for the fun of it.
Why do animals play? Well, why shouldn’t they? The real question is: Why does the existence of action carried out for the sheer pleasure of acting, the exertion of powers for the sheer pleasure of exerting them, strike us as mysterious? What does it tell us about ourselves that we instinctively assume that it is?
Libertad de expresión para Ayax y Prok
A mis hijos Ayax y Prok, que son artistas raperos, los hadenunciado la Unidad de la Policía para Delitos Tecnológicos, por un videoclip elaborado y editado en 2014, cuando aún no había entrado en vigor la Ley Mordaza del PP.
Es una canción que muestra el hartazgo y la protesta de muchos jóvenes que suelen estar sentados en las plazas o en los parques de su ciudad, como único modo de ocio.
Estos jóvenes, la mayoría hijos de los que padecemos la crisis, se ven constantemente interpelados, con muy malas formas en muchas ocasiones, por policías, que casi de diario les multanpor consumir bebidas (incluso no alcohólicas) en lugar público o simplemente estar allí.
La mayoría de ellos ya están endeudados con el Estado por estas multas, sin haber encontrado aún ni su primer trabajo. Esta situación es la que pretende expresar la canción. Sobre todo habla de la prepotencia con que a veces tratan a los ciudadanos.
Aparentemente esta unidad policial los ha denunciado por injurias y porque aparecen en una imagen, en un segundo plano y bastante diluidas, las figuras de dos policías. Esto atentaría, según ellos, contra la seguridad ciudadana de la nueva Ley Mordaza del PP, que entró en vigor mucho después de ser editado y publicado este videoclip.
Yo, mi familia y amigos defendemos que en esta publicación ellos sólo ejercen su derecho a la libertad de creación y de expresión, que están contemplados en nuestra Constitución.
¡Apóyalos con tu firma! La multa puede llegar hasta los 30.000 euros, cifra que mi familia no podría jamás pagar ya que somos parados.
Muchas gracias